Ernesto Coppel Kelly, el magnate hotelero y la historia de su primer millón

Por Marcela Hernández y Carlos Rosas

Los Cabos, San Lucas.- En casi 76 años, Ernesto Coppel Kelly ha recorrido los confines del mundo en barco, avión, moto, tren y automóvil. También lo ha hecho a través de sus libros. Su mente es inquieta y curiosa.

El empresario hotelero es un lector que guarda en su memoria lo que la vida le ofrece y lo saca en el momento oportuno para deleitar a sus interlocutores y “engancharlos” con sus encantos.

Empezó vendiendo y lo sigue haciendo, aunque con productos cada vez de mayor calidad.

Desde su residencia en Los Cabos y con el azul del Pacífico sobre sus ojos, Coppel Kelly confiesa que duerme sin remordimientos porque su mente está en paz.

“Poquitos (remordimientos) como la canción Regreats I’ve had a few, but then again too few to mention”, canta sin pudor.

Creyente, pues en cada uno de sus hoteles se encuentran pinturas y esculturas de la Virgen María y San Miguel Arcángel, confiesa que Dios y la Providencia le dieron la mezcla de talentos que requería para salir de la vida que llevaba, ya con dos de sus hijas.

Con 14 meses en renta atrasadas, le debía a todos los de su cuadra, menos al plomero porque estaba “más jodido” que él.

“Yo te puedo decir que yo me siento satisfecho de haber hecho mi trabajo. Puse en marcha mis talentos y el hambre me levantó y poco a poco, padre, empecé en el 77 en esto. ¿Sabes contar?, 40 y pelos, yo tenía 30, voy a cumplir 76, chingue a su madre”, ríe a carcajadas.

El Neto”, como le dicen en Mazatlán, pasó de las penurias a ser el propietario de la cadena de hoteles Pueblo Bonito, en Mazatlán y Los Cabos, con proyectos en marcha en San Miguel de Allende y Cancún.

Además de sus productos hoteleros, tiene residencias a la altura de la clase alta de California y otros estados de la Unión Americana, tiempos compartidos y departamentos.

EL PRIMER MILLÓN

En sus primeros años, “El Neto” intentó sacar a flote el negocio de su padre y nomás no pudo. Pasó sin pena ni gloria como vendedor de seguros y luego empezó lo que sería su futuro: vender tiempos compartidos en Mazatlán.

A lo largo de los años tuvo que abrevar conocimiento de todo para convertirse en el hombre que es hoy: desde el manejo del “piso” como vendedor hasta conocer de hotelería, restaurantes, tratamiento de agua, agricultura, arte y entretenimiento.

No siempre fue así…

Cuando empezó en la atención a los clientes se llevó uno de los “osos” de su vida.

“Me acuerdo que me di una quemada porque yo en aquel tiempo era muy ignorante, no había viajado, no había probado cosas extravagantes, más que el queso de rancho y ya”, relata.

“Trajeron unos quesos muy olorosos europeos, fuertes los pinchis quesos, dije están echados a perder estos pinchis quesos, le dije al que los estaba dando y se me quedó viendo con una cara como diciendo: ah, qué pendejo este cabrón. Después me dio vergüenza, ¡pero qué chingados no!”.

Aprendió el negocio rápido. Después de un año empezó a manejar ventas en otros edificios en Mazatlán como El Dorado, cuando las cosas se complicaron de nuevo.

“Entonces, abrí una oficina de venta de bienes raíces en general en la parte turística de Mazatlán, en Las Gaviotas y yo la arreglé, yo la pinté, yo iba por pintura a la Comex”, cuenta.

Tampoco le fue bien en su propia oficina y siguió con el tiempo compartido, en unos departamentos muy chicos y sencillos, pero con una vista privilegiada frente al mar de Mazatlán.

“Eso fue lo que vendimos la vista, estaba a toda madre. Entonces, llegó el tiempo en que se nos acabó el inventario. Eso fue en el 80, en el 80 empezamos a vender en el Inn, en el 82 ya no teníamos inventario. Entonces, dijimos, necesitamos hacer algo, necesitamos construir algo más y dijeron los gringos, no tenemos lana, es que en realidad en el negocio del tiempo compartido el que le pagan primero es al comisionista porque es el que está viviendo de eso, el resto lo va recibiendo en partes el dueño. Entonces, no habían recibido suficiente todavía de la venta que habíamos hecho nosotros anterior”.

“Entonces, yo les dije ahí hay un terreno de 20 x 20, aquel lado de edificio éste en el que podemos hacer 20 habitaciones, ahora sí de una recámara, baño grande, sala, comedor, cocineta chingona y un balconsote, en lugar de la madrecita que estamos vendiendo. Ustedes pongan el terreno, nosotros ponemos la lana para construirlo y lo vendemos y nos cobramos la comisión nuestra y de lo que sobre nos repartimos a la mitad los dos.”.

El edificio fue un hitazo y le dio su primer millón de dólares, por allá en 1984. Todavía lo recuerda con mucho cariño, casi por nada.

“Ahí está todavía y ahí cada vez que paso le mando un besito al cabrón. ¡Puta madre, cabrón!”.

Pero el asunto con los socios no salió bien.

“Sintieron envidia de que nosotros hubiéramos ganado también la mitad de la lana, les dio coraje a ellos cuando ellos habían ganado también igual sin hacer nada, les dio coraje. Qué cabrones, no, el éxito es como los hijos, nomás uno se los aguanta, si es de otro no lo quieres al hijo de la chingada”.

Así que ya con la lanita ganada, decidió empezar su propio proyecto.

“No teníamos crédito, nada. Yo tuve que empezar a convencer a un tío mío, hermano de mi papá que trabajaba de director de Bancomer, era uno de los 7 directores, mi tío Guillermo Coppel, pero no creas que porque fui su sobrino me prestaron la lana, me hicieron sudar y calificar para el proyecto”.

De ahí en adelante, todo fue creciendo poco a poco.

Vinieron después el Emerald Bay, los hoteles Blanco y Rosé, en Los Cabos, y posteriormente Pacific y The Sunset, en donde tiene capacidad para servir 10 mil comidas diarias a los visitantes.

EL DREAM TEAM

Aun con su experiencia, Ernesto Coppel está convencido que no puedes estar sin un equipo que te diga la verdad, todos los días.

“La gente se enamora de sus cosas, quieres creer en tu proyecto. Entonces, te haces chairo de tu proyecto. No hay quién te convenza de que no va, yo ya lo he visto en muchas personas porque es un defecto humano creer que lo nuestro es mejor”.

“Es un error, claro que no, uno tiene que ser realista y estar por encima de los fanatismos y razonar”.

Conocedor de sus alcances y también de sus limitaciones, se rodeó del mejor equipo que pudo tener.

“Tenemos un equipazo, yo los escogí a todos, menos al Guadalupe, muy chingón también, pero no por eso quiere decir que no lo quiero al wey, es mi estrella el cabrón. Yo escogí a toda mi gente, ya todos tienen conmigo 20 años, 15, 30, porque caen en blandito y dan de sí. Son los mejores que hay en la industria”, presume.

Entre su equipo, la condición pareciera ser la verdad y dar todo.

SIGUE SIN UN CENTAVO

En sus malos tiempos, debía la renta, según recuerda.

“La casa era de una tía mía, hermana de mi mamá, que ahí anda todavía mi tía ya está, pegándole al cienón y por eso no me corrieron de la casa, pero no creas que me dejaba de ir a cobrar mi tía, cada semana ya me debes tanto, cabrón, no me abonas. Entonces, yo le decía a Lety, pellizca a las niñas, estaban en pañales las dos, pellízcalas y que salgan llorando y dile que si no tiene unos 20 pesos para leche, salía en chinga mi tía”.

A través de los años y todo lo que ha ganado, el dinero no lo tiene a la mano y prefiere recurrir al banco que a los socios.

“Ahorita lo que pasa es que todo mi dinero lo tengo invertido, yo no tengo un centavo, por decir, claro, mi negocio tiene un flujo de efectivo importante y todo, pero todo está comprometido, está presupuestado en proyectos nuevos que vienen, algunos de los que les comenté ayer, el del In House, el de El Faro va a necesitar un dineral. Estamos haciendo el de San Miguel. Entonces. todo ese dinero está ahí, mi dinero y el dinero que pido prestado está ahí trabajando, gana más así que en el banco”.

El dinero prefiere tenerlo en activos a tenerlo en el banco, sin depender de terceros, sino de su propio ritmo para vender y trabajar.

“Mira, dice un argentino taxista, dice “Oye, ché, que si te morís con alguito en el banco, ya te equivocaste, ché”, claro, si te mueres con dinero en el banco ya valiste madre. Es como el que dice, puta, tuve una pesadilla terrible, qué pasó, qué soñaste, que me moría con 100 millones de dólares en el banco, puta madre”, expone.

Así que para él, una vez que cubres tus necesidades financieras básicas lo demás es superfluo.

“Si tú quieres hacer lo que tú quieras con él, sin afectar tu negocio, depende de tu generosidad, pero yo soy de la opinión que aquel que tiene éxito y que tiene recursos le debe de ayudar a los que no tienen esos talentos y ese éxito y esos recursos, para no ser el único cabrón que tenga y despiertas más envidias, hay que repartir”.

“Por eso los romanos repartían, hacían circos y chingaderas, porque querían que la gente los admirara”.

SU PAZ

Con todos los bienes, antigüedades y libros que puede tener a su alrededor, Ernesto confiesa que disfruta de la compañía de su esposa. Si algo le preocupa son sus nietos, con quienes no ha dudado en pegarse “un tiro” para hacerlos entrar en razón.

“Sabes cuándo me preocupo, a veces, con mis nietos porque es lo más cercano a mí, siento como que yo soy la última barrera, ya cuando mi hija no puede con ellos me tocan a mí los cabrones. Entonces, sí es una gran responsabilidad y angustia el hacerte responsable de los niños”.

En los proyectos de Ernesto Coppel Kelly está dejar un museo con lo que ha colectado a lo largo de su vida.

En sus deseos está que su familia viva siempre en paz.

“Que no se peleen, que no tengan envidia, que le hagan como el viejo bizcacha de Martín Fierro que dice “A naiden tengas envidia, es muy triste el envidiar, cuando veas a otro ganar a estorbarle no te metas, cada lechón en su teta es el modo de mamar”. Es la vida, chingado, deja ser”.

Como si citara a Mario Benedeti, vida nada te debo, confiesa estar en paz y disfrutar la compañía de su familia.

“La compañía de mi esposa, la vista de mi recámara, mi biblioteca, mis libros, mis viajes, mi vida, pues”.

Al empresario, padre, abuelo y esposo lo hace feliz su siguiente y largo respiro: Vivir.

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