Irene Medrano Villanueva
Café Negro Portal.- “¡Me siento destrozada, es un dolor que no puedo asimilar!, dice doña Elizabeth Rivera, madre de Refugio Alberto Pelayo Rivera, quien fue arrastrado por la corriente en el canal de Chulavista cuando viajaba en su vehículo y después de horas de búsqueda fue encontrado sin vida en una zona del campo El Diez.
Con el llanto que apenas la deja hablar, lamenta que su hijo haya tenido esa trágica muerte, sin dar crédito a los videos que circulan, donde su hijo luchó por salvarse.
Por ello, dice que ya basta de tantas tragedias que año con año enlutan familias culiacanenses sin que las autoridades hagan algo.
“Ojalá que la muerte de mi hijo no haya sido en vano y que las autoridades hagan algo para que esos arroyos que se forman cada vez que llueve ya no causen más víctimas como mi hijo, aunque me dicen que el año pasado también por ahí fue arrastrado un niño el que finalmente murió y fue encontrado donde hallaron a mi hijo”, señala.
En una funeraria de la localidad es velado este hombre que su único delito fue saciar el hambre, ya que al salir de trabajar, llegó a su casa, prendió el aire acondicionado y al ver que no tenía qué cenar, se aventuró a ir por unos tacos.
“El aire quedó funcionando, hasta otro día cuando su cuñado fue a buscarlo porque ya se sospechaba de su desaparición, tocó y al no tener respuesta, tumbó la puerta y lo único que encontró fue su recamara fría. A lo mejor se fue por unos tacos, prendió el aire para encontrar fresco su cuarto cuando regresara, porque era muy dado a ir por la cena”, narra una de sus tías.
Refugio Alberto era un hombre que pasaba de los 30 años, no le temía al trabajo, se desarrollaba donde le iba mejor, siempre en busca de superarse. Apenas había dejado su trabajo anterior y ahora se desempeñaba en una llantera.
“Tenía muy poquito que había cambiado de trabajo; hace rato llegaron las compañeras de la mueblería Dico, lamentando su muerte y hablando cosas bonitas de él, de lo servicial que era, porque no había gente que lo necesitara que ahí estaba él. Sus compañeros de su nuevo trabajo le mandaron una corona”.
Su madre, entre sollozos, narra que esa noche mientras llovía, estaba tranquila, nunca se imaginó la tragedia que estaba viviendo su hijo, incluso el día siguiente fue como cualquier otro, hasta que llegaron unos policías y gente de Protección Civil con unas placas, lo poco que había quedado de la camioneta en la que viajaba.
“Me preguntaron si ahí vivía Refugio Alberto, les dije que no, porque mi hijo ya se había independizado; su casa la estaba levantando por Barrancos y nosotros vivimos en los Huizaches, desde ese momento inició mi pesadilla”, dice mientras se estruja las manos.
Recuerda que un día antes de la tragedia fue a visitarla, platicaron un buen rato y él le dijo el deseo que tenía ya de formar una familia, que quería arreglar su casa, ponerle techo al porche y hacer un segundo piso para cuando vinieran los hijos.
“Al despedirse sentí como un presentimiento, que incluso le di mi bendición con más fervor, siempre lo hago con mis tres hijas y los dos varones -él era el mayor-, pero ese día, sentí algo fuerte cuando le estaba dando su bendición… Sentí de que ya no lo iba a tener, todavía el día que murió hablamos en la mañana, porque todos los días nos reportábamos”, señala.
“Le gustaba el futbol, era muy fiestero, alegre, pero cuando llegaba a tomar, se quedaba en casa a disfrutar sus tragos, pero eso sí mi hijo era muy servicial. Estaba soltero y una de sus más grandes ilusiones era formar una familia…sus sueños fueron arrastrados por la corriente”, finaliza con un llanto inconsolable.