Café Amargo
Por Irene Medrano Villanueva
Réquiem para Carlos Manzo, un hombre valiente que desafió al crimen organizado y a las mismas autoridades, y que hoy deja a millones de mexicanos en la orfandad moral.
En cada palabra suya, en cada promesa de pacificar su estado, el pueblo encontraba una chispa de esperanza frente al infierno que vive Michoacán.
Muchos le pedían al alcalde de Uruapan que se cuidara; otros oraban por su vida. Él mismo admitía tener miedo, pero su hambre de libertad y su sed de justicia eran más fuertes que cualquier temor.
Quería terminar con los asesinatos, los cobros de piso, los levantones y con la impunidad que se respira a diario.
Pidió ayuda a la presidenta Claudia Sheinbaum, pero esta hizo caso omiso. Carlos Manzo siguió solo, enfrentando a los grupos delictivos con determinación, mientras desde Palacio Nacional se ignoraban sus llamados.
Fue un alcalde incómodo, independiente desde 2024, que no se doblegó ante el poder ni ante la delincuencia.
Criticó abiertamente la fallida estrategia de “abrazos, no balazos” y exigió acciones firmes.
“No puede haber abrazos para los delincuentes… para los delincuentes debe haber chingadazos cuando atentan contra la gente inocente”, decía con valentía, encabezando personalmente los operativos de su policía.
Ofreció recompensas de hasta un millón de pesos por decomisos relevantes, con la idea de fortalecer la capacidad policial.
Pero su lucha fue truncada por los mismos a quienes quiso erradicar. Su asesinato provocó una profunda conmoción nacional.
Doce horas después del crimen, la presidenta Sheinbaum repitió el guion de siempre en sus redes:
“Reafirmamos nuestro compromiso de poner todos los esfuerzos del Estado para alcanzar la paz y la seguridad con cero impunidad y justicia.”
El mensaje, frío y rutinario, desató una ola de indignación. Las redes sociales se llenaron de reclamos:
“Mejor no hubiese dicho nada… es una hipócrita, mentirosa, inhumana e insensible.” — Jesús Contreras, Conde.
“Condenar y lamentar, no sabe otra.” — Walo Cazarez.
“¿Cuántos más hombres valientes deberán morir para que el pueblo despierte?” — Cruz Treviño.
“Pidió apoyo y nunca le llegó. Solo mentiras escuchamos a diario.” — Anahí Mendoza Pérez.
“Lo dejó solo en su lucha… sus palabras huecas no sirven de nada.” — Juan de Dios Adrián.
Miles de comentarios similares exigieron la renuncia de la presidenta, señalando que el cargo le quedó “grande” o, como dijo un usuario, “guango”.
Los gobiernos anteriores, pese a sus defectos, solían proteger a sus líderes locales, incluso a los que operaban fuera de la ley.
Ahí están los casos de José Manuel Mireles y Hipólito Mora, fundadores del movimiento de autodefensas en Michoacán. Mireles murió por Covid, pero Mora fue asesinado en 2023 por el crimen organizado.
Sin embargo, ninguno de ellos tuvo el arrastre ni la conexión popular de Carlos Manzo. Su lenguaje directo, su rudeza sincera, lo acercaron al pueblo.
Su muerte nos indigna. Pero más debería indignarnos el abandono institucional, la indiferencia de un gobierno que presume abrazos mientras el país sangra.
Ojalá esta indignación se transforme en acción, en conciencia, en un punto de quiebre para un México que no puede seguir tolerando la cobardía disfrazada de prudencia.
Mientras tanto, Estados Unidos ya tomó nota. El subsecretario Christopher Landau llamó a México a trabajar juntos para “erradicar el crimen organizado”, lamentando el asesinato del presidente municipal de Uruapan.
Ojalá la presidenta no recurra nuevamente al discurso patriótico de la “soberanía nacional” para justificar su inacción. Porque el verdadero enemigo —el crimen organizado— no respeta fronteras, ni banderas, ni discursos vacíos.
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