El Día de las Madres que se convirtió en pesadilla; “que me regresen a mi hijo, como esté”

Culiacán, Sinaloa (Café Negro Portal).- En la colonia Miguel Hidalgo, al oriente de Culiacán, el 10 de mayo de 2020 se suponía terminaría como un día de celebración. Sin embargo, para la familia Urías Araujo, se convirtió en el inicio de una pesadilla interminable.

Isauro Urías Araujo, de 38 años, desapareció sin dejar rastro, dejando a su madre, Concepción, sumida en un dolor indescriptible.

“Él estaba en la puerta de la casa con alguien, y con algún conocido se subió (a un carro) o lo sacaron de ahí, no lo sabemos”, relata la mujer, de 70 años, con la voz entrecortada por el llanto que intenta contener. Sus ojos, cansados por noches de insomnio, reflejan la angustia de tres años de búsqueda infructuosa.

Isauro, el segundo de sus hijos, trabajaba en un conocido supermercado en la Isla Musala. “No tenía enemigos ni andaba en malos pasos”, insiste su madre, aferrándose a los recuerdos de un hijo.

La desaparición ocurrió alrededor de la 1:30 de la madrugada, mientras la familia dormía, ajenos a la tragedia que estaba por golpearlos.

El silencio de las autoridades y la falta de avances en la investigación han sumido a la familia en una desesperación que corroe su salud y su espíritu. El padre de Isauro no pudo soportar el peso de la incertidumbre y falleció apenas un año después de la desaparición de su hijo. Concepción, por su parte, vive en un estado de agonía permanente.

“Duermo apenas con pastillas, cuando duermo”, confiesa, ya sin poder contener el llanto. “Me siento tan mal, ya me dio un derrame, me dio un pre infarto, me sacaron 8 litros de agua del estómago, muchas cosas”, enumera, como si el dolor físico fuera un mero reflejo de su tormento emocional.

La esperanza de encontrar a Isauro con vida se desvanece con cada día que pasa. Los lazos que alguna vez unieron a la familia se han ido deshilachando bajo el peso de la ausencia. “Tenía novia, pero ella ya no nos buscó, yo creo que ya se casó”, menciona Concepción, en un susurro que evidencia otra pérdida más en esta tragedia.

Hoy, Concepción vive acompañada por una de sus hijas, pero la ausencia de Isauro es una presencia constante en la casa, un fantasma que habita cada rincón. “Quisiera encontrarlo ya como fuera”, dice entre sollozos desgarradores, “pero por lo visto no lo voy a encontrar, pero que sea lo que Dios quiera, que me lo den como esté”.

Sus palabras, cargadas de una resignación dolorosa, son el testimonio crudo de una madre que solo anhela cerrar un capítulo, por trágico que sea el final.

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