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¡Está Café!
Por: Kevin Chicuate
Culiacán, Sinaloa. – En la bahía de Nuevo Altata, en el municipio de Navolato, donde el mar besa la tierra y las olas parecen susurrar historias de calma, una bala perdida atravesó el rostro de la maestra Jesamel Rodríguez Zazueta.
Una joven mujer cuya vida se apagó en un instante, como si el destino hubiera decidido escribir su epitafio con pólvora y sangre.
Era sábado, y ella regresaba de Isla Cortés junto a su esposo y sus dos hijas menores —una de ellas apenas recién nacida— después de haber celebrado por adelantado su cumpleaños número 36.
La familia había hecho caso a los llamados del gobierno estatal: “Salgan de sus casas, disfruten de los sitios turísticos porque hay seguridad”.
Pero en lugar de encontrar paz, encontraron muerte. ¿Y qué queda ahora? Un automóvil blanco alcanzado por proyectiles, un cuerpo sin vida y dos niñas que, demasiado pequeñas para entender, ya no tendrán madre.
Jesamel no era una estadística más en el interminable conteo de víctimas de la violencia en Sinaloa. Era una maestra de vocación que al momento dedicaba su tiempo a labores administrativas en la escuela primaria Francisco Gil Leyva.
También era una emprendedora que ofrecía servicios de belleza y bienestar a otras mujeres en su spa; una cocinera que endulzaba las reuniones familiares con sus platillos.
Era guapa, alegre, querida por quienes la conocieron. Y fue también una víctima inocente, alguien que nunca debió cruzarse con la barbarie desatada esa noche en Altata.
Mientras sujetos armados disparaban contra las oficinas de la sindicatura, Jesamel recibió un tiro en el rostro, justo en ese bello rostro que siempre reflejó humanidad, compañerismo y ternura.
Su familia salió ilesa, pero ¿cómo se sobrevive al trauma de perder a un ser amado así, en medio de ráfagas de odio arbitrario?
El horror de esa noche no terminó con la muerte de Jesamel. A pocos kilómetros de distancia, un hotel en Nuevo Altata fue incendiado intencionalmente por criminales, y horas después, en la comunidad de La Bebelama de San Pedro, apareció el cuerpo decapitado de un hombre con las manos atadas hacia atrás, acompañado de un mensaje intimidatorio.
Este es el Sinaloa que hoy clama respuestas, pero que solo encuentra silencio o justificaciones insuficientes.
El gobernador Rubén Rocha declaró, en un evento llevado a cabo la mañana de este domingo para promover el turismo en Imala, que desconocía detalles de lo ocurrido en Altata, pero que existía un operativo de seguridad en la zona.
¿Cómo puede ser posible ignorar los detalles de una masacre que dejó huérfanas a dos niñas y orilló a una familia entera al luto?
Y mientras tanto, la presidenta Claudia Sheinbaum insiste en culpar a la sequía como causa principal de la crisis económica y social.
Pero, señora presidenta, ¿qué tiene que ver la falta de agua con el monstruo de mil cabezas que sigue devorando vidas inocentes?
El caso de Jesamel Rodríguez Zazueta no debe quedar en el olvido, como tantas otras tragedias que han marcado este territorio.
Fue una víctima de la omisión, del letargo institucional que permite que grupos armados actúen con total impunidad.
Su muerte desnuda una realidad escalofriante: en Sinaloa, salir a festejar un cumpleaños o a disfrutar de un fin de semana familiar puede convertirse en una sentencia de muerte.
Las balas no distinguen entre culpables e inocentes, y las familias rotas son el precio que paga la sociedad por la inacción de quienes tienen el deber de protegerla.
Hoy Culiacán está de luto, y con él, todo un gremio educativo llora la pérdida de una mujer excepcional.
Jesamel nos recuerda que detrás de cada víctima hay una historia truncada, sueños rotos y un vacío imposible de llenar.
¿Hasta cuándo seguiremos permitiendo que este infierno continúe? ¿Hasta cuándo nuestras autoridades despertarán?
