Irene Medrano Villanueva
Café Negro Portal.- “Mi hijo es prácticamente un zombie… su vida es un infierno”, dice desesperada una madre que tiene tres años luchando contra la drogadicción de su hijo y que a últimas fechas está consumiendo fentanilo.
Son cerca de las 12 del día, el calor oscila entre 44 y 45 grados, es domingo, la gente se guarece debajo de los árboles de la plazuela Obregón, pero a la señora Magdalena las temperaturas no la arredran pese a que suda copiosamente, voltea para todos lados, sin encontrar lo que busca.
Se escucha el tañer de las campanas que llaman a misa, sonido que estremece a doña Magda, luego se encamina a la catedral, su rostro se ve cansado, desilusionado, ahora, sólo espera un milagro: encontrar a Saúl, su hijo de 17 años que está bajo el influjo de las drogas.
Sentada frente a la Virgen del Rosario, patrona de la catedral, pretende escuchar la palabra de Dios, sin embargo, se le ve la angustia en su rostro, nos acercamos, le preguntamos si se le ofrece algo, pensamos que está agobiada por el calor, después de un diálogo, ella entra en confianza y nos cuenta su pesar:
“Traigo a mi hijo perdido, se salió desde ayer, es drogadicto, ahora le entra al fentanilo, tengo miedo que pueda morir en cualquier momento, luchamos juntos para que deje la droga, pero la “malilla” (síndrome de abstinencia) es tan fuerte que lo vence”, dice.
Vive en la colonia Lázaro Cárdenas, salió desde temprano en búsqueda de su hijo en los lugares que suele frecuentar, ya lo buscó en el centro de la ciudad, en la plazuela Obregón, ahora le falta la Plazuela Rosales y las inmediaciones del Malecón.
“Me descuidé, se salió de casa a las ocho de la mañana del sábado, le hacía falta la droga; siempre lo encuentro en los lugares que frecuenta para adquirir el fentanilo que lo mezcla con cristal”, señala.
Cómo no ofrecerle nuestro apoyo, si doña Magda es un manojo de nervios, sabemos que llora, por los sollozos, porque las lágrimas se confunden con el sudor, su cuerpo está mojado, parece que se metió al río.
Las oraciones quedan para después, lo importante es encontrar a Saúl para evitar que caiga en una sobredosis.
La llevamos a la Plazuela Rosales, la búsqueda es inútil, luego nos trasladamos al Malecón viejo, a la Isla de Orabá, concretamente, por el camino doña Magda narra el infierno que ha vivido su hijo, desde que fue introducido en el mundo de las drogas.
Nos llama la atención que la madre de Saúl siempre lleva metida una de sus manos en su bolso, ante la curiosidad, saca un aerosol llamado naloxona, inhalación que revierte rápidamente una sobredosis de opioides.
“Para mí es el medicamento milagroso que ha salvado a mi hijo en dos ocasiones”, señala.
Precisa que este medicamento lo ha usado cuando su hijo ha perdido el conocimiento.
EL FENTANILO NOS ESTÁ GANANDO LA BATALLA
“Me ha pasado que no despierta, aunque lo sacuda o le hable, su respiración apenas se ve y se siente, sus encías están azules y los latidos del corazón son irregulares. Entonces, le aplico la naxolona, aprendí en un centro de rehabilitación lo que tengo que hacer cuando mi hijo cae en una sobredosis”, explica.
Es a partir del 2023 cuando el fentanilo en Sinaloa empezó a consumirse de manera exponencial, ya que de, acuerdo con la Secretaría de Salud, se atienden de tres a cuatro personas por semana.
Estados Unidos acusa de que la mayor parte del fentanilo ilícito es producido en México de manera clandestina por el Cártel de Sinaloa, utilizando insumos químicos de China.
El fentanilo es un potente fármaco opioide sintético que tiene el doble de potencia que otras drogas y se ve con mayor frecuencia en las pastillas falsificadas de color azul, verdoso o de colores pálidos.
Puede haber otros colores. Estas pastillas pueden estar marcadas como “M30” y, a veces, como “K9”, “215” y “v48.
Doña Magda explica que lo más común en Culiacán es la venta de la pastilla M-30, misma que ha consumido su hijo y que una bolsita con cuatro pastillas le cuesta más de cien pesos.
Dice que la primera vez que consumió el fentanilo le provocó una sudoración extrema y un vómito que no podía detener y “lo tuvimos que llevar de emergencia al Seguro Social”.
“El fentanilo es muy adictivo, es bastante fácil de conseguirlo….no respeta nada. Mi hijo primero empezó a consumir cristal, luego le entró al fentanilo, al principio se le pasaban las dosis, se ponía al borde de la muerte… es un infierno lo que estamos pasando en la familia, ya lo hemos internado, aparentemente sale rehabilitado, pero pasa días prácticamente sin dormir, se nos escapa y vuelven las recaídas”, comenta.
Saúl, para conseguir la droga, ha robado y a veces se sale a lavar carros, pese a que sus padres trabajan y han tratado de darles una vida decorosa a él y a otros tres hermanos: dos mujeres mayores que él y al menor de 13 años.
“Nuestros ahorros los hemos gastado en sacarlo adelante, pero parece que nuestra lucha ha sido en vano, el fentanilo, nos está ganando la batalla… Mi hijo no terminó la prepa y mis otros hijos están desilusionados de su hermano”.
La búsqueda finalmente tiene éxito, Saúl está recostado bajo un árbol, en la Isla de Orabá se encuentra drogado.
Cuando su madre le habla, Saúl levanta la mirada, su vista está perdida, balbucea, doña Magda lo levanta amorosamente, su hijo adormilado la abraza para sostenerse, ella llora de alegría, aunque su hijo esté convertido en un guiñapo.
¡Pese a todo, es mi hijo!, murmura, lo acaricia y da las gracias por el “aventón”.