“Tengo miedo salir a la calle”, el temor de Nico

Café Amargo

Irene Medrano Villanueva

¡Papá Dios, abue Rocha! Les suplico hagan algo, tengo mucho temor salir a la calle, ir a la escuela; ya me orino del miedo y mis amigos me hacen bullying”, dice Nicolás, mientras se sonroja y se tapa la cara con sus dos manitas.

Nicolás es un menor que va en quinto año, gordito, pelo negro ondulado, con unos hoyitos en la comisura de sus labios. Da la impresión de que siempre se está riendo, pero sus ojos dicen lo contrario.

Su mirada es tierna, pero temerosa, parece que te está viendo, pero sus ojos escudriñan su alrededor, pone más atención a lo que lo rodea que a una conversación.

Las balaceras en las calles desde hace más de un año han sembrado el nerviosismo en Nicolás y en el resto de los niños de Culiacán.

Principalmente, han ocasionado que se aíslen, que se alejen de lo que antes para ellos era la cotidiano, como ir a la escuela sin preocupaciones, ir al parque, jugar en la calle, etc.

Los delincuentes no se detienen, detonan sus armas en el camino a clases, no les importa si hay niños, incluso, afuera de las aulas. Los niños están azorados, temerosos, muchos no ponen atención en la clase.

“Lo que duele y que a veces me hace llorar. Es a la hora del recreo, muchos niños prefieren quedarse en el aula, me piden que hagamos simulacros para saber cómo actuar ante una balacera”, señala una maestra.

Aclara que estos simulacros ya están implementados en la escuela, pero los niños quieren sentirse seguros, por lo que explica que los juegos en el recreo, por ejemplo, el futbol, muchos lo han cambiado, se tiran al piso, se cubren y esperar a que un niño les grite que ya pasó la “situación de riesgo”.

La psicosis en la capital del estado la sufrimos todos y así lo demuestra la Encuesta Nacional de Victimización y Percepción sobre Seguridad Pública 2025 del Instituto Nacional de Estadística y Geografía, INEGI, donde el 38 por ciento de los sinaloenses considera las escuelas un lugar inseguro, igualmente ir al parque.

También se plasma la incertidumbre que existe entre la ciudadanía ya que consideran que ante los hechos violentos que a diario se dan en la capital a cualquier hora y en cualquier lugar, no hay suficiente protección ni para los niños, pero sí un trato prepotente a las personas que no están vinculadas a la delincuencia.

Esto le pasó a la familia de Nicolás. Hace unos meses, se les ocurrió ir a comprar comida, apenas salían de clases, su mamá se desvió para cumplirles un antojo, fueron por un sushi y en el trayecto rumbo a casa, quedaron en un fuego cruzado.

La señora paró la unidad y después del susto llegaron “unos ministeriales y nos regañaron. A lo mejor por pasar por el lugar y el momento equivocado. Siempre que voy por los niños dejo mi bolso en casa. Desafortunadamente ahí traía la tarjeta de circulación y me multaron, ellos no eran tránsitos, pero al ver a mis hijos asustados, “solté” 500 pesos, no traía más. Además del susto, la extorsión”.

La Encuesta del INEGI también advierte que el 44 por ciento de los culichis ha dejado de visitar parientes o amigos.

“Ante el nerviosismo de mis hijos que no pueden ver una patrulla militar o escuchar el ruido de un helicóptero, optamos por llevarlos al psicólogo, pero el día que les toca ir, muestran miedo. Es más, ya tienen casi seis meses que no ven a ninguno de sus abuelos”, lamenta la madre de Nico.

“El psicólogo, entre otras recomendaciones, me pidió que los cambiara de escuela, que los lleve a una institución donde haya más seguridad, estoy de acuerdo, pero que me digan cuál, si todo Culiacán, está igual, estamos pensando irnos a la capital de Durango. Ya varios de mis parientes se fueron, allá están haciendo una nueva vida”, destacó.

Para no desafiar a la violencia que se vive en las calles de Culiacán, en la Encuesta del INEGI el 22 por ciento de los sinaloenses ha dejado de ir a la escuela.

“Estamos en espera de que un hermano nos consiga una vivienda para irnos de Sinaloa, lamento que los niños pierdan sus amigos que han hecho en la escuela, el amor a su maestra; esperamos que en Durango me reciban a mis hijos en la escuela. Si no, pues que pierdan el año y no la vida”.

¡Ya no quiero que mi Nico tenga continencia, se me orina en el carro, en el mismo salón… tiembla por cualquier cosa, su miedo, es el miedo de todos los que nos tocó vivir aquí, vivir en Culiacán no es vida!

 

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