Culiacán, Sinaloa. – Hoy, 15 de septiembre, la maestra Jesamel habría cumplido 36 años. Pero en lugar de celebrar una vida plena, su familia y amigos enfrentaron el peso insoportable de una despedida forzada por el horror y la violencia.
La vida le arrebató lo que debió ser un día de alegría para convertirlo en tragedia: víctima colateral de un atentado armado en el puente de Nuevo Altata, mientras disfrutaba de un inocente paseo familiar.
Lo que prometía ser un día de fiesta se transformó en luto. En lugar de velas encendidas sobre un pastel, hubo cirios funerarios iluminando su féretro; en vez de risas compartidas, lágrimas amargas derramadas por quienes la amaban.
Esta mañana, bajo un cielo gris que parecía reflejar el dolor colectivo, familiares, amigos y compañeros del gremio educativo decidieron romper el silencio con una marcha que exigiera justicia.
A las 10:00 horas, el contingente comenzó a avanzar desde las afueras de la Funeraria San Martín. Cerca de 100 personas, portando pancartas con mensajes de exigencia y rostros marcados por el sufrimiento, caminaron con paso firme pero cargado de tristeza por el bulevar Emiliano Zapata rumbo a Palacio de Gobierno. Cada paso resonaba como un eco de justicia reclamada: “¡Justicia para Jesamel!”
En medio del recorrido, la caravana interceptó la camioneta de la secretaria de Educación, Gloria Himelda Félix. Los manifestantes, con determinación pero sin violencia, le pidieron sumarse a la marcha.
Ella descendió de su vehículo y, entre reclamos contenidos, escuchó los gritos desgarradores de quienes exigen respuestas. Aunque aseguró que no encabezaría la protesta, prometió acompañar a la familia en el cortejo fúnebre.
Minutos después, la funcionaria regresó a su unidad y la marcha siguió adelante, más fuerte que antes.
El contingente creció. Para entonces ya eran más de 130 personas, incluyendo al presidente de la Comisión Estatal de Derechos Humanos, Óscar Loza Ochoa.
Juntos bloquearon ambos carriles del bulevar Zapata, dejando libres únicamente los laterales, mientras el clamor por justicia resonaba cada vez más alto.
Jesús Adolfo Rodríguez Lozoya, padre de Jesamel, fue uno de los voceros del dolor que hoy atraviesa su familia:
“Mi hija, hoy debería estar apagando las velas de un pastel y no siendo sepultada”, dijo con voz entrecortada, expresando no solo su propia pérdida, sino también la indignación de toda una comunidad herida.
Finalmente, el contingente llegó a la explanada de Palacio de Gobierno, donde esperan ser recibidos por las autoridades estatales.
Allí, frente a las puertas del poder, permanecen firmes, exigiendo respuestas que devuelvan algo de paz a sus corazones destrozados. Porque Jesamel no era una desconocida ni un número más en una estadística.
Era una maestra, una madre, una amiga, una mujer que dedicó su vida a construir un mundo mejor… y merece justicia.