Irene Medrano Villanueva
Desde el norte hasta el sur, Sinaloa es un gran panteón que data de la época prehispánica (300-1250 d.C) ya que el uso de urnas como elemento funerario fue una tradición practicada en la época de los Cahítas, Acaxees, Tahues, Totorames, Xiximes, Guasaves, Achires, Totoremes, entre otras tribus.
Los hallazgos casuales de urnas funerarias prehispánicas es un acontecimiento que se da a menudo en el estado y que suelen encontrase en el campo, incluso en poblados o a orillas de los ríos, donde las tribus asentaban sus reales y en pleno siglo 21, pese a que sin que se busquen, estas reliquias aparecen durante una excavación o bien los fenómenos naturales, como ciclones, las desentierran.
Uno de los rituales más importantes para estas tribus era el entierro de sus muertos en ollas de cerámica, sin embargo, todavía los antropólogos no descubren a ciencia cierta por qué y qué métodos usaban para depositar el cadáver en una vasija de pequeñas dimensiones para el tamaño de un cuerpo.
Existen varias versiones, la primera que los guerreros cuando caían en la batalla, para que su cuerpo no fuera mancillado, lo desmembraban y lo acomodaban en pedacitos en la urna funeraria y eran enterrados.
Otra versión es que durante las ceremonias a sus dioses, después del ritual, descuartizaban al personaje que habían ofrecido y lo depositaban en la urna funeraria.
La versión que tiene más arraigo entre los investigadores, narra el antropólogo Israel Cristian Pérez Herrera, es que una manifestación regional de la cultura prehispánica es la forma en que los antiguos indígenas de Sinaloa solían sepultar a sus muertos, depositando los restos en grandes ollas de barro, dispuestas con diversas ofrendas.
Estas urnas eran depositadas a menudo dentro de la misma aldea, junto a las viviendas, donde la vida cotidiana continuaba.
Había dos tipos de entierro: los directos que se hacían en cuevas o en el llano, ya que una vez que moría la persona, era sepultada y los indirectos que se hacían a los meses o años, con un ritual los restos óseos eran colocados de diferente manera. Por ejemplo, encima del cráneo colocaban los huesos largos de las extremidades inferiores o a la inversa, costillas, vértebras, coxales y sobre éstos los cráneos.
En las mayoría de las urnas solían ir los huesos de una sola persona, pero en otras los de una familia completa para que juntos realizaran su viaje sin retorno.
El antropólogo cuenta que el difunto o difunta siempre iba acompañada por ofrendas como piezas de cerámica, cuentas de collar, malacates de barro, metates, puntas de flecha, brazaletes de concha y bezotes de obsidiana, cascabeles, figuras antropófagas, entre otros objetos.
Que asustan en el lugar donde se resguardan huesos y urnas
Muchas de las vasijas que se han encontrado están adornadas siguiendo un código al que los arqueólogos no han podido descifrar, algunas de ellas son de un solo color, las más comunes son de tonos: naranja, café y rojizos.
Pérez Hernández detalla que desde el siglo pasado los hallazgos han sido constantes, por ejemplo la primera que inició las excavaciones con éstos fines fue la antropóloga norteamericana Isabel Kelly en 1936 encontrando en Culiacán, en las urnas funerarias una variada y rica cerámica, de ahí para el real se han encontrado enterramientos en Chametla, Mocorito y en los municipios de Navolato y Culiacán.
En éste último en el Palmar, Eldorado donde existe un panteón prehispánico, en la zona urbana, concretamente en un colegio de Bachilleres, en Aguaruto, en la Colorada, entre otros lugares.
En el lugar donde trabaja Cristian Pérez Herrera es un pequeño cuarto que está al fondo de la casona donde se encuentra el Centro del Instituto Nacional de Antropología, Sinaloa.
Ahí tiene celosamente guardados en cajas y bolsas restos de seres humanos que vivieron hace más de 800 años, entre ellos se encuentran cráneos, huesos de pies, como falanges, calcáneos, igualmente huesos de brazos, piernas, etc. También urnas funerarias y fragmentos de urnas para su estudio.
Incluso, los guardias a este cuarto le empiezan a tener temor por lo que ahí se almacena, cuentan que se escuchan ruidos, que las sillas se mueven, que se ven siluetas.
“Eso dicen, ya que aquí pasan las noches en tiempo de calor, este temor se ha acentuado más desde que trajimos restos humanos de Aguaruto”, señala el antropólogo.
Pérez Hernández advierte que se ha perdido mucho de la historia de las urnas funerarias prehispánicas porque la gente las encuentra enterradas, creen que contienen tesoros y al abrirlas se encuentran con restos humanos y ofrendas y las tiran o las destruyen.
Igualmente detalla que al salir a flote una urna con el aire se deteriorara, al igual que los restos humanos por lo que se guardan celosamente para mantener su conservación.
Con información de El Sol de Sinaloa