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Irene Medrano Villanueva
Culiacán, Sinaloa.- (Café Negro Portal).- Después de dos años de no estar postrados ante su patrona por la pandemia del Covid-19, cientos de feligreses llegaron al templo de la Virgen de la Candelaria con más fe, con más devoción y con un corazón contrito a solicitar su apoyo y su bendición.
Desde temprano a la sindicatura de Quilá de Culiacán, arribaron devotos de todo Sinaloa y de otras partes de la república para ofrecerle a la Virgen oraciones, peticiones, sacrificios, y dejarle arreglos florales y veladoras.
En medio de la fiesta, de los antojitos sinaloenses, como siempre desfilaron los rostros compungidos por los problemas, las largas letanías y las dolorosas inmolaciones y que después de contarle a su Virgen sus pesares se retiran con la esperanza en alto.
La fiesta de la Candelaria, aseguran los historiadores se celebra desde 1602, es decir hace 421 años, en esta pintoresca sindicatura llegan miles de feligreses a arrodillarse ante “su santísima Virgen” a contarle sus cuitas y luego después de orar, suspirar y hasta llorar salen fortalecidos con esa convicción que caracteriza al pueblo mexicano.
Una enorme romería, donde prácticamente es imposible caminar, mucho menos llegar de rodillas hasta la Virgen de Quilá es lo que se vive en esta fiesta católica y donde perdura la oración y la calidez por sus tradiciones.
“Por fin llegué a postrarme ante mi virgencita y me siento más reconfortada… le pedí perdón por mis pecados, cumplí la manda porque me hizo el favor de que mi hija embarazada saliera bien librada del malévolo Covid y gracias al manto protector de mi virgencita la libró”, musita doña Isabel Loaiza.
Ella viene desde Nogales, Sonora y como todos los años se apersona frente a la imagen, pero ahora con una gran misión: agradecerle a mi madre purísima que me concedió la salud de mi hija.
“Es una tradición estar aquí todos los años, pero nunca me imaginé que por dos años no íbamos a poder estar frente a su altar y ahora que lo hicimos, mi hija, mis nietos, llegáramos de rodillas para agradecerle por el milagro de que mi hija salió bien librada, y en su honor a la niña que pronto cumplirá dos años, le pusimos Candelaria, y de cariño le decimos Candy”, dijo.
Con las rodillas sangrando la señora de 65 años, dice que bien valió el sacrificio.
Así ante la Virgen de Quilá ataviada con su ropaje azul con gris y una mirada tierna llegan los creyentes a postrarse a sus pies, porque como todos los años, la bajan del altar para que esté con su pueblo que la venera con sublime amor.
Afuera el templo la romería, el esplendor, la fiesta. Familias enteras llegan de diferentes lugares del estado y del país, a pagar las mandas, desfilan con sus niños Dios vestidos para ser bendecidos y disfrutar de la magia que ofrece el pueblo de Quilá, de su rica gastronomía, vendimia y de su variedad artística.
Las mandas son muchas y variadas, ahí está la madre parturienta que espera un alumbramiento feliz y sin riesgo, por allá está el padre que aguarda un milagro para que su hijo que está desaparecido un día lo pueda abrazar.
“Mientras yo rezo, le imploro que mi hijo esté bien y que regrese a su casa, mi mujer lo busca con otras grandes mujeres que al fin madres, dejan el corazón en cada hoyo que cavan, benditas sean…”, señala Arnulfo Castro.
Pero como se dice, las penas con pan son buenas, a unos pasos de donde está la Virgen, se instalaron los tradicionales puestos de tamales y champurrado, una comida tradicional para los festejos de la Candelaria, además de un sinnúmero de puestos de venta de dulces, gastronomía, ropa, calzado, enseres domésticos y alfarería, así como veladoras, flores y hasta milagros.
Por los alrededores, después de largas caminatas, hay feligreses tirados en la tierra, descansando y con la satisfacción de haber cumplido la manda que le prometieron.
“Si Dios me lo permite…aquí estaré de vuelta el año que entra… no sé si sólo de visita o pagando alguna manda”, ofrece la señora Miriam Aguilar, mientras recorre las cuentas de su rosario.
